La ciencia demostró que el aislamiento social prolongado puede generar cambios significativos en el cerebro, afectando la neurogénesis y el comportamiento. Estudios recientes analizaron cómo la falta de interacción social puede provocar estrés, ansiedad y algunas modificaciones en la actividad neuronal.
Desde la infancia, los seres humanos desarrollamos conexiones sociales esenciales para el aprendizaje y el bienestar emocional; sin embargo, investigaciones en primates revelaron que la privación social durante una o tres semanas eleva los niveles de cortisol, lo que genera estrés y ansiedad. Este fenómeno podría afectar la neurogénesis, es decir, la creación de nuevas células cerebrales.
Un estudio publicado en Frontiers in Neuroscience analizó el impacto del aislamiento en ratones y descubrió que dos horas diarias de silencio absoluto promovían la generación de nuevas células en el hipocampo, la región del cerebro vinculada al aprendizaje y la memoria. “Vimos que el silencio realmente está ayudando a las nuevas células generadas a diferenciarse en neuronas e integrarse en el sistema”, explicó la investigadora Imke Kirste.
Otro estudio del Instituto de Tecnología de California (Caltech), publicado en Cell, reveló que el aislamiento crónico en ratones durante dos semanas provocó un aumento en la expresión del gen Tac2 y la producción del neuropéptido NkB, lo que derivó en mayor agresividad, miedo persistente e hipersensibilidad a estímulos amenazantes.
Los investigadores lograron revertir estos efectos administrando un fármaco que bloquea los receptores de NkB, permitiendo que los ratones recuperaran su comportamiento normal. Según los expertos, los humanos poseen un sistema de señalización Tac2 similar al de los ratones, lo que sugiere posibles aplicaciones clínicas para tratar trastornos de salud mental relacionados con el estrés crónico.
Estos hallazgos refuerzan la importancia de las relaciones sociales en el bienestar humano, ya que la falta de interacción prolongada no solo afecta el estado emocional, sino que también puede generar cambios neuroquímicos con consecuencias duraderas. Comprender estos mecanismos podría ayudar a desarrollar tratamientos más precisos para trastornos como la ansiedad y la depresión.
