
Los estándares de belleza impuestos son parte de un sistema cultural que promueve ideales arbitrarios y, a menudo, inalcanzables, afectando la autoestima y perpetuando inseguridades en muchas mujeres. Estos patrones no solo dictan un modelo hegemónico de cuerpo, sino que también refuerzan expectativas de comportamiento que limitan la libertad individual.
El pasado miércoles, Citlalli Hernández Mora, secretaria de las Mujeres, expresó públicamente su respaldo a la gobernadora de Campeche, Layda Sansores San Román, a través de su cuenta oficial en X. La funcionaria denunció que Sansores ha sido víctima de violencia estética, mostrando solidaridad con ella y señalando que esta forma de agresión afecta a muchas mujeres, incluso fuera de la política.
Toda mi solidaridad con @LaydaSansores y todas las mujeres que aún no dedicándose a la política han sufrido violencia estética.
— Citlalli Hernández Mora (@CitlaHM) June 26, 2025
Afortunadamente hay una nueva generación de mujeres que están hartas de la imposición de estándares de belleza que generan inseguridades y fomentan el…
Pero ¿qué es la violencia estética?
La violencia estética es un tipo de agresión social que se ejerce principalmente contra las mujeres, aunque también afecta a hombres y personas no binarias, mediante la imposición de estándares de belleza irreales o arbitrarios.
Se refiere a las prácticas, comentarios y representaciones que presionan a las personas para que se ajusten a un canon de belleza específico, generalmente asociado con características como delgadez, juventud, piel blanca y feminidad convencional, promovido por medios de comunicación, redes sociales, publicidad y la industria de la moda.
Esta violencia se fundamenta en premisas como el sexismo, la gordofobia, el racismo y la gerontofobia, que desvalorizan cuerpos que no cumplen con estos ideales, generando discriminación, exclusión y consecuencias físicas y sicológicas, como baja autoestima, ansiedad, trastornos alimentarios o la búsqueda de procedimientos estéticos riesgosos.
Se manifiesta a través de críticas, bullying, estigmatización o rechazo social hacia quienes no encajan en estos estándares, tanto en espacios públicos como privados, incluyendo el laboral, el escolar o el personal.
Comentarios despectivos sobre el peso, la piel, la edad o el estilo de una persona, así como la presión para modificar el cuerpo mediante dietas, cirugías o filtros en redes sociales, son formas de violencia estética. Este fenómeno también puede internalizarse, llevando a las personas a autoexigirse o sentirse insuficientes por no cumplir con dichos cánones.
Hablar de la diversidad corporal con naturalidad es clave para construir una sociedad más inclusiva y respetuosa. Reconocer que los seres humanos son diversos en tamaño, complexión, color de piel, orientación sexual, identidad de género y otras características promueve el autorespeto y el respeto mutuo.
Esto implica desafiar los estándares de belleza impuestos, que suelen ser excluyentes, y fomentar una cultura que valore la autenticidad y la pluralidad. Al normalizar estas diferencias, se combate la violencia estética y se crea un entorno donde todas las personas puedan sentirse aceptadas y valoradas por quienes son, sin presiones para encajar en moldes arbitrarios.